miércoles, 28 de diciembre de 2016

Razones para beber una cerveza al día

La cerveza es una de las bebidas más sociales, y es que a la hora de reunirse con la familia o los amigos siempre hay más de uno que pide una caña para acompañar la conversación. Hasta ahora era tan solo eso: una delicia para disfrutar del tiempo de ocio; pero desde hace algunos años se ha descubierto que beberla con moderación (nunca más de dos vasos al día) contribuye al buen funcionamiento de nuestro organismo. Una gran noticia para los maestros cerveceros –y no tanto para aquellos que no soportan su sabor–, pues disfrutarla mejora nuestra salud física y mental.

Una de las propiedades más destacadas de este producto clásico es que fortalece nuestros huesos, pues su contenido en silicio aumenta la densidad ósea, y por tanto, su resistencia, reduciendo el riesgo de tener una fractura. Claro que, hay que tener en cuenta, que tomar más de cuatro en una tarde puede llevar a un estado de embriaguez que desemboque en una mala caída; en este caso, el silicio no servirá de mucho.

El corazón es otro de los grandes beneficiarios de la cerveza: su consumo puede disminuir el riesgo de sufrir ataques cardiacos y enfermedades cardiovasculares. Además, ayuda a elevar los niveles del llamado 'colesterol bueno', favoreciendo la circulación sanguínea y previniendo la aparición de trombos.

Esta bebida alcohólica, que no contiene ni grasas ni azúcares, es muy rica en vitaminas, conteniendo B6, un 20% de B2 y 65% de B1. Estos compuestos son esenciales para nuestro cuerpo, ya que ayudan a mantener un metabolismo activo y a obtener mejor y más rápido energía.

Diversos estudios también confirman que la cerveza no engorda, pues su aportación calórica es muy baja (solo 14 calorías por caña en el caso de la cerveza sin alcohol, y 90 para las que sí tienen), y su componente mayoritario es el agua. Por eso, es la acompañante ideal de la dieta mediterránea, y aunque se esté a régimen se puede disfrutar de una caña bien fresquita.

Además, tiene altos beneficios nutritivos, pues contiene ácido fólico y minerales como el magnesio y silicio que mantienen alejada a la anemia.

miércoles, 21 de diciembre de 2016

Antioxidantes: nutrientes clave para el sistema inmunitario

Cambios de estación, estrés, radiación ultravioleta y contaminación son algunos de los agentes externos que atacan nuestro sistema inmune y que se acusan aún más con el paso de los años. Un factor clave en la función inmunológica de nuestras células es encontrar el equilibrio entre el proceso de oxidación y la disponibilidad de los antioxidantes, que son los nutrientes necesarios para mantener en forma las membranas de las células, lípidos, proteínas y otras funciones relacionadas con el sistema inmune. O lo que es lo mismo: las abuelas han aconsejado toda la vida comer naranjas para resfriarse menos. Algo de razón tenían. Aunque la vitamina C, un poderoso antioxidante, no previene el catarro, sí es verdad que refuerza las defensas.
En todas las etapas de la vida necesitamos cubrir las cantidades adecuadas de antioxidantes para conservar una buena respuesta inmune, pero esta necesidad aumenta a medida que envejecemos, porque el sistema inmunitario tiene menos recursos para protegerse, según recogen estudios orientados a la población madura. Esto ocurre, entre otros procesos, por la acumulación de la absorción de radicales libres, sustancias nocivas para nuestro organismo, que contribuyen al envejecimiento celular, problemas cardiovasculares y disminución de la memoria y la capacidad cognitiva.

Bacterias contra defensas

Los radicales libres, destacan los investigadores, pueden ser de dos tipos: endógenos –como etapas de estrés, desgaste físico o mental– y exógenos, derivados de la contaminación, la radiación ultravioleta, el exceso del consumo de alcohol o tabaco y una dieta desequilibrada. Alimentos como el té verde, las uvas rojas –y por extensión el vino tinto, debido a su alto contenido en polifenoles–, el aceite de oliva, especias, frutas y verduras contribuyen a mejorar la nutrición gracias a sus propiedades antioxidantes, que se convierten así en la primera línea defensiva contra los radicales libres. Nutrientes como la vitamina B2, la vitamina C, el zinc, el selenio y los carotenoides, entre otros, tienen un elevado poder antioxidante y ayudan a minimizar los efectos negativos de la oxidación celular y en consecuencia, ayudan a mantener un adecuado funcionamiento del sistema inmune.
El Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA) puntúa la Capacidad de Absorción de Radicales de Oxígeno (ORAC, por sus siglas en inglés) de cada alimento, es decir, las propiedades antioxidantes que contienen los ingredientes de nuestra dieta. Y recomienda una ingesta diaria de entre 3.000 y 5.000 “unidades ORAC” de esa escala de puntuación. Una manzana cruda con piel tendría 3.049 ORAC mientras una banana sólo tiene 795 ORAC y un kiwi 862 ORAC, por ejemplo. Ya de cada uno depende si quiere empezar a hacer cuentas sobre cuántos antioxidantes incluye en su dieta o si prefiere comer tranquilamente de forma equilibrada. Además, hay que tener en cuenta que estas mediciones se hacen “in vitro” a los alimentos y no se puede experimentar “in vivo” la asimilación de esos antioxidantes en el ser humano.

Acción inmunológica


¿Cuántas cucharadas soperas de aceite de oliva al día, por ejemplo, serían necesarias para que tengan algún efecto beneficioso? Según el catedrático de la Universidad de Jaén, Gerardo Álvarez de Cienfuegos, experto en inmunonutrición y participante en ese estudio, una cucharada sopera de aceite de oliva en crudo –ya sea en ensaladas, potajes o tostadas de pan con aceite– eleva las defensas naturales del organismo. “Cuando se ha investigado las
 propiedades antioxidantes del aceite de oliva frente al aceite de pescado, con mayor contenido en Omega3, ácidos grasos poliinstaurados, se ha comprobado que a nivel de propiedades cardiovasculares eran equivalentes, pero el consumo abusivo del aceite de pescado reducía negativamente la capacidad natural de defensa frente a infecciones bacterianas, cosa que no ocurre con el aceite de oliva”, explica el investigador. Y añade: “Existe un trabajo famoso con esquimales, donde se veía que no sufrían arteriosclerosis, pero la tasa de muerte por tuberculosis pulmonar era muy importante, precisamente porque el consumo abusivo de un único nutriente no es beneficioso para la salud. Todo en su justa medida es sano, abusar no”.Una investigación desarrollada por el departamento de Microbiología de la Universidad de Jaén, concluye que “La defensa antimicrobiana depende en gran medida del estrés oxidativo, inducido por los microorganismos responsables de infecciones”. Es decir: si tenemos una alimentación insuficiente en propiedades antioxidantes vamos a ser caldo de cultivo para los microbios y podemos enfermar más.
La recomendación de los investigadores es volver a la esencia de la dieta mediterránea, sin obsesionarse ni excederse en la cantidad diaria recomendada de antioxidantes, porque podría llegar un momento en que nuestras defensas naturales disminuyeran. Varios ensayos aleatorios, recogidos en la conclusión del estudio, sugieren que la suplementación de nutrientes puede reducir la posibilidad de sufrir infecciones a partir de los 50 años, cuando el organismo no tiene tantos recursos para defenderse como un cuerpo joven. Es por todo ello, que llevar una alimentación rica en estos nutrientes con capacidad antioxidante nos ayudará a mantener un correcto funcionamiento de nuestro sistema inmunitario.
Antioxidantes: nutrientes clave para el sistema inmunitario

domingo, 18 de diciembre de 2016

No dar de mamar no te convierte en mala madre

Un comité de expertos de Naciones Unidas ha declarado este martes que la lactancia materna es un derecho humano para la madre y el bebé, y ha llamado a los Gobiernos a tomar "acciones urgentes para parar el marketing engañoso, agresivo e inapropiado" de los sustitutos de la leche materna, en una "industria global multimillonaria".
“Muchas veces estas empresas”, prosigue el comunicado, “confunden a las madres, y estas toman malas decisiones, impidiendo que ambos, madre y bebé, disfruten de los beneficios para la salud que ofrece la lactancia materna. Los Estados no combaten, a pesar de que pueden, la comercialización de estos productos. Y les instamos a que lo lleven a la práctica”. Los expertos alertan de que esto es "particularmente perjudicial" cuando las empresas dirigen su objetivo hacia los países en vías de desarrollo.
La Organización Mundial de la Salud recomienda que las madres amamanten a sus bebés desde la primera hora de vida, que solo les alimenten con leche materna hasta los seis meses, y que continúen haciéndolo, con otros alimentos adecuados, hasta los dos años. El organismo de la ONU calcula que se podrían salvar más de 820.000 niños cada año si todas las madres siguieran estas recomendaciones, como recuerda este comunicado.
Hasta aquí, todo bien.
Nadie puede discutir los beneficios de la lactancia materna y que esta empiece cuanto antes, un comportamiento que cuenta con aval científico.
Pero hasta aquí.
Jueves noche, tu bebé duerme y te dispones a cenar mientras ves el Telediario. La noticia aparece en las pantallas. La ONU quiere declarar la lactancia materna derecho humano. Aparte de los beneficios, el reportaje cita a una psicóloga: “La lactancia materna tiene un alto componente psicológico, sobre todo desde el punto de vista emocional de la madre, porque se siente satisfecha”. Además, continúa el reportaje, “la ONU denuncia las técnicas que usa la industria para vender sus productos, pero ellos lo niegan”. “Nosotros no podemos hacer publicidad ni marketing de las leches sustitutivas de la leche materna, y por tanto cumplimos a rajatabla lo que determina esta normativa”, expresa un empleado de una de las fábricas en el reportaje.
“Lo que no anuncian las etiquetas", denuncia la ONU, "son sus consecuencias para la salud". Según enumeraron en la noticia del Telediario, tomar leche artificial "cuadriplica el riesgo de padecer diabetes y obesidad y multiplica por siete el de sufrir ciertos tipos de tumores -linfomas, leucemias- que están asociados a la alimentación infantil-". "Si esto estuviera demostrado, lo pondrían en los productos. Somos los primeros en recomendar la leche materna", aseguró un representante de la industria al término del reportaje.
Tras tan amplio alegato de los riesgos de la leche de fórmula, la preocupación era patente en nuestros rostros. El reportaje no había mencionado en ningún momento las opciones para las madres que no podían dar de mamar, sujetas a consecuencias desastrosas, según el relato. Faltaba información y, en mi opinión, la distribuida podría crear temor en muchos padres. Hecho que quedo patente con la reacción de mi pareja.
"¿Entonces yo tengo kilos de más porque a mi madre se le contaminó la leche y no pude mamar, y por eso mi hermano que sí que pudo es más delgado?", se preguntaba mi chico con sarcasmo. "¿Y entonces por qué la venden? ¿Y si a la niña le pasa algo?", decía, ya con preocupación. “Me he quedado fatal”, reiteraba.
Mi hija de 17 meses tomó alimentación mixta, artificial y de mamá, hasta los cinco meses. Tras asistir a cursos y que una matrona acudiera a mi hogar para enseñarme la forma adecuada de amamantar a mi bebé, por la obsesión debido a la importancia de la leche materna. Pese a los intentos reiterados, de mil maneras y con más de un disgusto, la peque adelgazaba y adelgazada, no era suficiente. Un día mi ginecóloga, me dijo: “Carolina, déjalo ya”. Y así hice.
Ahora resulta que por mi incapacidad de hacerlo, o la de las mujeres que deciden no amamantar o que por cualquier motivo no pueden, somos las primeras responsables de que nuestros hijos padezcan graves consecuencias. Y si las leches sustitutivas no son buenas, que dejen de venderlas. La lactancia materna siempre debe ser la primera opción, pero no poder o no quererlo hacerlo no convierte a nadie en mala madre.
Un niño mama de la teta de su madre.

jueves, 15 de diciembre de 2016

Exactamente lo contrario a la ‘paleodieta’ es lo mejor para vivir más años

Habrá oído hablar de la dieta paleolítica. Su nombre no es aleatorio: está basada en los alimentos disponibles en la época de las cavernas (carne, pescado, frutas y verduras) y supone una ingesta alta de proteínas y muy pobre en carbohidratos. Sus defensores afirman que aún estamos diseñados para comer como nuestros antepasados más lejanos y que, por tanto, lo más saludable es hacerlo. Pero más allá de alejarse rotundamente del ideal de alimentación equilibrada, con los efectos en la salud que eso conlleva, privarse de hidratos de carbono podría también estar quitándole años de vida.
Un estudio realizado con ratones en la Universidad de Sídney (Australia) ha revelado que las dietas bajas en proteínas y altas en carbohidratos aumentan en el organismo los niveles de FGF21, una hormona segregada por el hígado a la que se le atribuyen múltiples efectos saludables, entre ellos, el de contribuir a la longevidad. La razón es su efecto protector sobre el sistema inmunológico, según un grupo de investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidad de Yale (EE UU). Comprobaron que, aumentando los niveles de producción de esta sustancia, la vida de los roedores se alargaba un 40%, porque la función inmune del timo (un órgano que se atrofia con la edad y pierde su funcionamiento, dando lugar a un aumento del riesgo de infecciones) estaba preservada por la hormona.
“Ya se sabía que FGF21 se estimulaba con la dieta pobre en proteínas, que indirectamente suele ser una dieta rica en carbohidratos. Pero la importancia que tiene este trabajo es que se han utilizado mil ratones alimentados con 25 dietas elaboradas con diferentes proporciones de nutrientes", explica Francesc Villarroya, investigador del Centro de Investigación Biomédica en Red-Fisiopatología de la Obesidad y la Nutrición (CIBERobn) del Instituto de Salud Carlos III y catedrático de bioquímica en la Universidad de Barcelona. Lo complicado en estos temas es probar estos efectos en humanos: "Los resultados son válidos, aunque hay que tomarlos con precaución”, advierte el experto.

Riesgos del exceso de proteínas

Al margen de los beneficios de mantener altos los niveles de FGF21, lo que sí parece claro es que ingerir principalmente proteínas durante largos periodos de tiempo entraña riesgos para la salud. Una investigación de la Universidad de Granada probó que una dieta hiperproteica destinada a la pérdida fácil y rápida de peso aumenta el riesgo de desarrollar enfermedades de riñón a largo plazo. “Este órgano necesita trabajar más para excretar el exceso de urea proveniente de las altas dosis de este nutriente”, comentaba a BUENAVIDAVirginia Aparicio Garcia-Molina, autora principal del estudio. Y el bioquímico Francesc Villarroya, añade que fuerza mucho el trabajo del hígado, el órgano que procesa las proteínas para que sean eliminadas a través de la orina. Según el Grupo de Revisión, Estudio y Posicionamiento de la Asociación Española de Dietistas-Nutricionistas, todavía hay más consecuencias de un exceso de proteínas: debilidad, riesgo de fractura ósea, ganancia de peso a largo plazo, síndrome metabólico, daño renal, desórdenes gastrointestinales, pérdida de la autoestima, depresión y alteraciones en el comportamiento alimentario.

¿Un arma para combatir la obesidad?

Pero los beneficios de la hormona son más amplios: Villarroya lleva años estudiándola y ha descubierto que estimula la grasa parda para quemar glucosa y grasa de la sangre, lo cual es una buena noticia de cara a buscar tratamientos para combatir la obesidad y la diabetes. Actualmente, existen estudios piloto con humanos para ver los efectos de suministrar la hormona en personas con obesidad y diabetes, pero los resultados aún no son del todo esperanzadores: “Tras un mes de tratamiento con la FGF21, parece que disminuye el peso y las grasas en sangre, pero no se ven buenos resultados en glucosa", dice el experto.
La hormona de la longevidad también puede estimularse con una alimentación rica en ácidos grasos omega -3, presentes en el pescado azul (salmón, atún o sardinas), tal y como confirma Villarroya: “Hemos descubierto que este ácido actúa como un regulador clave de la síntesis de la hormona en el organismo”.
Exactamente lo contrario a la ‘paleodieta’ es lo mejor para vivir más años

lunes, 12 de diciembre de 2016

¿Paracetamol o ibuprofeno?

¿Qué me tomo si me duele la cabeza? ¿Y si me encuentro mal por la fiebre? ¿Para los dolores de la regla? A veces, estos dos medicamentos -de los que se consumieron en España 58 millones de envases en 2010- pueden alternarse, pero es importante conocer sus peculiaridades y, sobre todo, sus posibles riesgos.
Como explica a EL MUNDO Neus Caelles, presidenta del Comité Científico de la Sociedad Española de Farmacia Comunitaria (Sefac), la elección de uno u otro depende tanto del problema de salud que se quiera tratar, como del tipo de paciente y sus posibles problemas previos de salud.
Así, mientras ibuprofeno y paracetamol comparten propiedades analgésicas, el ibuprofeno puede presumir de su acción antiinflamatoria, mientras que el paracetamol es mejor com antitérmico (es decir, cuando además de dolor hay fiebre). Por eso, explica Caelles, "el ibuprofeno (un antiinflamatorio no esteroideo) será mejor en patologías que cursen con inflamación (como artritis, faringitis...), mientras que con el paracetamol sólo tratamos el dolor".
Además, aunque ambas pastillas se consideran seguras, y son fármacos habituales en la mayoría de los botiquines domésticos, la especialista en Farmacia recuerda que por sus mecanismos de acción no está exentos de riesgos, sobre todo en ciertos pacientes.
Por ejemplo, el uso de ibuprofeno se desaconseja en pacientes con úlcera gástrica, insuficiencia renal o hepática grave, pero también deberían tener precauciones quienes estén tomando antihipertensivos. Mientras que los principales riesgos del paracetamol, sobre todo a altas dosis, se producen en el hígado, por lo que "su uso no sería recomendable en una insuficiencia hepática".
En cuanto a las dosis más indicadas, y siempre recordando que los pacientes con problemas crónicos deberían consultar con su médico antes de tomar cualquier medicación, lo más indicado son los 400 mg en el caso del ibuprofeno y entre 500 y 650 si nos referimos al paracetamol.
Aunque en las farmacias españoles pueden encontrarse envases con mayor dosificación (como el ibuprofeno de 600 mg), la representante de Sefac recuerda que con 400 mg cada ocho horas, no se superan los 1.200 mg diarios que en algunos estudios sí han mostrado un aumento del riesgo cardiovascular. De hecho, en patologías crónicas que provocan dolor e inflamación debe ser el médico quien establezca la dosis, como también subrayaban recientemente las autoridades europeas, que están en proceso de revisión de estos riesgos cardiacos.
En cuanto al paracetamol, añade Caelles, por encima de los 500-600 mg cada ocho horas también podría causar intoxicaciones con daño hepático, por lo que conviene consultar al médico. En casos de fiebre alta, explica esta especialista, alternar ambos medicamentos cada cuatro o seis horas -"siempre con la pauta instaurada por un médico"- permite controlar la temperatura elevada sin un incremento del riesgo de los efectos secundarios.
En España, según los datos del Ministerio de Sanidad correspondientes al año 2010, el omeprazol fue el medicamento del que más envases se vendieron, seguido muy de cerca por el paracetamol (34,31 millones) y el ibuprofeno (con 23,5 millones de envases).
"Ambos medicamentos son seguros siempre que se respeten a bajas dosis", concluye Caelles, "el problema está en las dosis altas y en pacientes con patologías previas".
Envases de fármacos que se venden sin prescripción médica.

viernes, 9 de diciembre de 2016

Cómo destrozan las drogas tú cerebro

La búsqueda de la sensación de placer es un instinto humano muy poderoso. Cuando hacemos algo placentero elcerebro refuerza los circuitos para aprender que esto deberíamos hacerlo más a menudo. Estas conexiones llamadas el circuito de la recompensa se extienden desde el tronco cerebral (área tegmental ventral), pasando por el sistema límbico o emocional (núcleo accumbens) hasta la corteza cerebral frontal.
Los neurotransmisores son las sustancias químicas que usa el cerebro para comunicar unas neuronas con las otras y transmitir la información. En el circuito de recompensa se usa fundamentalmente la dopamina.
Las drogas alteran el funcionamiento químico del cerebro revolucionando este circuito dándole mucha más dopamina de la que se produce en un proceso placentero habitual. Esto tiene varias consecuencias:
  • El cerebro intenta readaptarse a este exceso de estimulación, que puede destruir la neurona, disminuyendo el número de receptores de la dopamina en la neurona y aumentando el número de recogedores y degradadores de la misma.
  • Esto llevará a la tolerancia: el cerebro va a necesitar cada vez másdroga para llegar al mismo efecto que la primera vez.
  • Pero más importantes van a ser las consecuencias en la conducta: las actividades que antes resultaban placenteras, progresivamente dejarán de sentirse igual de satisfactorias e interesantes o motivantes. Ya sólo quedará la droga para llenar ese vacío.
A medida que el cerebro se va adaptando a la presencia de la droga, otros circuitos cerebrales se irán afectando y modificando. El primero de ellos y más estrechamente relacionado con el circuito de recompensa será el circuito de la memoria y el aprendizaje. Este será el encargado de crear el hábito y la adicción.
El aprendizaje de buscar el placer es instintivo, muy fuerte y resistente al olvido. Todo lo que implique conseguir y administrarse la droga estará fuertemente impregnado en el cerebro, convirtiéndolo en automático, compulsivo e inconsciente.
Este condicionamiento de la conducta puede durar muchos años haciendo que algún estímulo (o recuerdo) lleve a desear drogas a alguien después de mucho tiempo de abstinencia.

Además, progresivamente se producirán cambios en las áreas esenciales para el juicio, la toma de decisiones y el control de la conducta. Las consecuencias de estos cambios en el lóbulo frontal serán especialmente perjudiciales en los adolescentes que todavía están desarrollando estas estructuras, y las drogas interferirán en el desarrollo normal de las mismas.
Georgina Vinyes Junqué es miembro de Saluspot y especialista en neuropsicología clínica y neurociencias.

cerebro

martes, 6 de diciembre de 2016

Alimentación en niños

Desayuno

Se entiende por un desayuno completo aquel que contenga alimentos de, al menos, tres grupos: lácteos, derivados de cereales y fruta. Será un desayuno sólo aceptable si contiene dos grupos. Es importante no repetir en el almuerzo del recreo los mismos nutrientes que en el desayuno. Si se ha desayunado lácteo y cereal lo correcto es no volver a tomarlos, mejor tomar fruta. Igualmente, la merienda, cuanto más sana y tradicional, mejor. Por ejemplo, tomar un bocata (mejor con pan de barra) de toda la vida con jamón, o con queso... O bien un vaso de leche con una tostada o fruta, o frutos secos (si se puede por edad).

Comida y cena

Deben ser complementarias, y permitir así una dieta equilibrada entre ellas. Por ejemplo, si se ha tomado arroz en la comida, se deberá cenar ensalada o verdura. En la comida, se deben incluir un primer plato con alimentos que aporten hidratos de carbono de absorción lenta (legumbres, tubérculos, pasta), un segundo con alimentos plásticos (carnes, pescados o huevos) y alimentos reguladores (hortalizas o verduras) o bien combinar los alimentos anteriores en un plato combinado. El postre debe ser o fruta o lácteo. Para la cena, se debe tener en cuenta el resto de alimentos ingeridos a lo largo del día y es clave tomar alimentos con hidratos de carbono de absorción lenta para tener reservas suficientes para las horas de ayuno nocturno.

Agua, zumos y leche

Muchas veces, por las prisas, se abusa de los alimentos líquidos como ciertos yogures, batidos y zumos de caja. Algo que no se debe hacer ya que su contenido en azúcares es muy alto y, además, al no masticar no se pone en marcha el mecanismo de saciedad con lo que se induce a la obesidad. Es importante que los niños beban agua, sobre todo, y que tomen también zumos naturales (aunque siempre es mejor la fruta entera) y que beban leche que, aunque es líquida, es un alimento y no debe considerarse como una bebida.Desde los dos años y hasta la adolescencia se necesita alrededor de medio litro de lácteos diarios.

Frutas y verduras

Las recomendaciones sanitarias indican que la cantidad de frutas, verduras y hortalizas que debe ingerir un niño son cinco raciones diarias. Pero esta cifra está muy lejos de la realidad. Por ejemplo, según algunos datos de un reciente estudio de LIDL, el 39% de los niños y adolescentes en España consume fruta fresca una vez al día y, en cuanto a verduras y hortalizas, el 31% de los niños y adolescentes las consume una vez al día.


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sábado, 3 de diciembre de 2016

¿Cómo se puede conseguir que los niños coman de todo?

La alimentación de los niños es algo fundamental para su desarrollo físico y mental. Esta frase puede resultar obvia, pero no está de más insistir en ella, especialmente ahora que empieza el curso y los niños retoman su ajetreada rutina: colegio, deberes, actividades extraescolares... A priori, que los pequeños coman todos los alimentos que se les ponen en el plato y que adquieran desde la infancia buenos hábitos de alimentación que mantengan de por vida no es algo sencillo, pero tampoco es imposible. ¿Qué han de hacer los padres y familiares para fomentar una alimentación sana y equilibrada y no desistir en el intento cuando los niños rechacen ciertos alimentos? La clave está precisamente en eso, en no rendirse.
"El estado de salud depende de los hábitos de estilo de vida, como la alimentación o la actividad física, y es en la infancia cuando es más fácil adquirir y modificar los hábitos», afirma a EL MUNDO Luis Miguel Luengo Pérez, vocal del Comité Gestor del Área de Nutrición de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición(SEEN). De modo que "cuanto más tarde en el desarrollo, más difícil es modificar los hábitos, por lo que desde la primera infancia deben estar creados los hábitos y no esperar a la adolescencia, que será más difícil", añade este experto.
Es importante conocer qué y cuánto deben comer los niños según su edad y cómo ha de ser la introducción de los alimentos según las distintas etapas. Teresa Cenarro Guerrero y Ana Martínez Rubio, pediatras de Atención Primaria y miembros del Grupo de Gastroenterología y Nutrición de la Asociación Española de Pediatria de Atención Primaria (AEPap) explican cómo es este proceso.

Los dos primeros años

"El primer año de vida es un periodo de crecimiento máximo, se triplica el peso al nacer y se crece una media de 25 centímetros", informan las especialistas. Hasta los seis meses, el alimento que necesitan los bebés de manera exclusiva es la leche materna. No necesitan nada más. Después, a partir de los seis meses, la leche materna seguirá estando presente, pero ésta por sí sola no aportará todos los nutrientes, por lo que se deben ir introduciendo alimentos variados. Esta fase se llama alimentación complementaria, es decir, complementa a la leche materna, que seguirá siendo el alimento principal.
Durante algunos años se ha retrasado la introducción de algunos alimentos para prevenir alergias. Sin embargo, esta medida no ha demostrado su eficacia. "Ahora se sabe que, a partir de los seis meses, existe un periodo de tolerancia y, si los alimentos se ofrecen de manera precoz, vamos a conseguir la tolerancia a los alimentos. Por eso, la tendencia actual es introducir de una manera precoz y progresiva", señalan.
El orden de introducción de los alimentos no es rígido. Lo mejor es ofrecer lo que los padres estén comiendo, siempre que sean alimentos blandos, bajo vigilancia, y no alimentos duros con los que podrían atragantarse. "Aunque utilizamos de forma transitoria y hasta que el niño esté más maduro los purés, es adecuado introducir trocitos de alimentos que los niños puedan coger con sus manos de manera precoz, mejorará la alimentación futura y supondrá un fortalecimiento de los músculos masticatorios, lo que favorecerá la masticación, dentición e incluso el lenguaje", aseguran.
En el caso de los alimentos derivados de la leche de vaca, no se deben ofrecer hasta los nueve o 10 meses. No por el riesgo de alergias sino por el riesgo de ferropenia (disminución del hierro en el organismo), ya que puede originarse de forma precoz. La mejor manera de introducir los alimentos, aconsejan estas expertas, es ofrecer al niño lo que haya en casa . "A los niños les llama mucho la atención lo que comen los de alrededor. Por ello, hay que dejarle que toque los alimentos, que los huela, se los lleve a la boca...".
Desde los 12 hasta los 24 meses, la alimentación debe ser una dieta completa y equilibrada con alimentos naturales y cocinados en casa. Tal como explican las pediatras, hay que insistir en verduras, frutas, legumbres, pescados, lácteos y todo lo que se coma en el hogar, siempre y cuando se esté vigilando el exceso de azúcares y grasas y, por supuesto, evitando los alimentos que puedan producir atragantamiento.

A partir de los dos años

Una etapa clave es a partir de los 2/3 años. Desde este momento y hasta la preadolescencia, el crecimiento es más lento, por tanto, en proporción, se come menos cantidad que en los dos años anteriores. "Esto hay que tenerlo en cuenta ya que muchos padres se agobian pensando que sus hijos se vuelven malos comedores, cuando es algo fisiológico. A esta edad, el crecimiento, en ocasiones, va a picos, por lo que unas temporadas se come más que otras. "No se crece porque se come, se come porque se crece" informan las pediatras.
De este modo, "el niño puede decidir cuánto comer pero no qué comer", es decir, "la cantidad depende de la etapa en la que se encuentre el niño y del metabolismo de cada uno", afirman. Los niños, a partir de los 2/3 años, ya pueden e incluso deben comer de todos los grupos de alimentos, salvo los de pequeño tamaño y redondos como los frutos secos, las aceitunas, los caramelos, algunas patatas o snacks redondos que tienen gran riesgo de atragantamiento y los pescados azules grandes, por la posible contaminación con metales pesados, en especial el mercurio.
Según exponen las pediatras, son beneficiosas las verduras, las frutas, las legumbres, el pescado, la leche, la carne, las pastas y el arroz, evitando el exceso de azúcar. Por eso, hay que evitar los zumos de caja, los batidos, los yogures líquidos y el exceso de grasas y sal. "Sin precocinados y que todo sea lo más natural posible".
En estas edades, desde los dos/tres años y hasta los seis aproximadamente es cuando los pequeños comienzan a rechazar algunos alimentos. Además, el sentido del gusto en estas edades puede ser muy variable: un día se pueden comer alimentos que, al día siguiente, se rechazan.
No hay que olvidar que, a los dos-tres años hay una fase de oposición y reafirmación de la personalidad y esto incluye también a los alimentos. "Muchas veces se rechaza un alimento para reafirmarse en esa fase de oposición y llamar la atención", explican las especialistas en pediatría. Pero no hay que desistir, hay que volver a ofrecer los alimentos rechazados.

¿Cómo convencerles?

Hay que tener en cuenta un concepto llamado neofobia, esto es, personas que tienen dificultades para probar nuevos alimentos. Esto puede ocurrir a cualquier edad, pero es mucho más frecuente en los primeros años de vida. Por ello, y según indican Cenarro y Martínez, los padres no deben pensar que la primera vez que un niño diga que no quiere o no le gusta cierto alimento quiere decir que sea para siempre. "Hay que insistir entre 8 y 15 veces... pero con otra presentación para que se vaya acostumbrando y ofrecerlo cuando ese alimento se coma en casa".
A los niños le resultan más sabrosos los alimentos con más grasas: "La grasa y la sal potencian y vehiculizan los sabores, por eso los niños son tan aficionados a carnes empanadas, salchichas, nocillas y tan poco a verduras o frutas, que son alimentos sanos sin grasas", explican.
Por el mismo motivo, prefieren la carne al pescado. Por ello, es imprescindible acostumbrar al paladar desde los primeros años a todos estos sabores. Así, un truco para conseguirlo es presentar el plato de manera atractiva, por ejemplo, mezclar en un mismo plato carne y verdura e ir comiendo de manera alternativa.
"Si el niño rechaza un alimento es porque no está acostumbrado a él y nunca va a hacerlo si no somos firmes", afirma Jesús Ramírez Cabanillas, psicólogo educativo y autor del libro Cocinoterapia. A modo de truco o consejo: "Hay alimentos que varían de textura al comerlos en puré o enteros como son, por ejemplo, las judías verdes cuya piel, si están enteras, es aterciopelada y eso puede ser motivo de rechazo. Lo mejor que podemos hacer en los primeros intentos es dárselas muy tiernas, o pelarlas un poco con el cuchillo", recomienda el psicólogo.